OPINIÓN: El Golpe ya venía sucediendo
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El golpe a Lugo perpetró -ya venía sucediendo- la idea de que con mayoría podés interpretar la Constitución a tu antojo. Esa mayoría conformó luego el pacto azulgrana para habilitar los bonos soberanos (2,800 millones de dólares debemos a los bancos de Nueva York y creo que los bonos por los 500 millones ya están negociádose), esa mayoría definió que los militares pueden ser utilizados en conflicto interno, esa mayoría consagró las alianza público privada. Todas estas decisiones son marcadamente inconstitucionales. Hoy, con la misma dinámica, se quiso imponer la mayoría, interpetando artículos del reglamento, de la Constitución, de la ley de la gravedad, pero ahora, recién ahora, esta práctica se ha vuelto inconstitucional para las corporaciones que sostuvieron el golpe de Estado, protegieron las decisiones inconstitucionales y que definieron la profundización de la acumulación bárbara de los bienes y servicios en las transnacionales y en el sistema financiero.
Sabemos a qué juegan las corporaciones, creo, pero siempre, siempre es importante entender a qué lo que queremos jugar nosotros, los trabajadores, y con quiénes. Ese modelo oligárquico que se consagró legalmente en el Parlamento a través del pacto de gobernabilidad hace rato está en crisis para el pueblo, pero, y sin embargo, no hemos tenido capacidad suficiente para liderar un proceso de tensión con él dirigido por la clase. No pudimos con nuestras huelgas generales, con nuestras resistencia a los desalojos, con nuestras ocupaciones, con nuestras demandas profundas. Hemos sido derrotados en muchos momentos, nos quebraron el movimiento obrero, nos mataron a más de 120 dirigentes campesinos, pero estamos, existimos, siempre será así, existimos. Nada de nuestras demandas profundas contra súper explotación, la acumulación escandalosa de los bienes en manos del 3 por ciento de la población, contra los transgénicos, contra la ruin práctica de convertir en mendigos a los viejitos para cobrar una mísera pensión, contra la nefasta práctica de “los representantes del pueblo” de seguir cobrando salarios alejados del poder adquisitivo de los trabajadores, ha variado. No, en todo este tiempo nuestras demandas se ampliaron profundamente, pero, y sin embargo, nos cuesta comprender la magnitud de los desafíos, la magnitud del poder oligárquico, y confundimos ansiedades personales, deseos personales de afirmación fálica, hegemónica o marginal, con las necesidades profundas y los vectores reales de la emancipación de nuestro pueblo.
Ni el vanguardismo inasequible ni la ilusión del “orden democrático” sostenido en la perpetuación del poder escandoloso del capital parecen caminos válidos para consagrar nuestras demandas.
Nos tenemos, somos, somos seres en disputa con nosotros mismos, en disputa con nuestras condiciones materiales. Somos, siempre será así, seres en disputa territorial, aunque lo único de “territorio nuestro” ya sea nuestro propio cuerpo.
Hoy, al igual que la crisis del 99 y la del 2004 y 2005, está en juego la legitimidad “democrática” del poder oligárquico. Acudió al llamado de la crisis en ese tiempo un señor cura, obispo él, Fernando Lugo, convocando a santos y demonios en una misma bolsa. Superada, entre comillas, la crisis de legitimidad, las corporaciones le dan una patada en el trasero por una cuestión súper sencilla: la tierra. La posibilidad de que el movimiento organizado campesino tenga más recursos para convertirse en un factor decisivo en la disputa de la tierra: base de la acumulación de capitales en este país, en manos del 3 por ciento de la población. Una parte del empresariado apostó a Efraín Alegre y el complejo narco sojero (responsable directo de la masacre de Curuguaty) se cortó con toda la plata que tiene y el apoyo del Grupo Zucolilllo.
Aquel golpe de Estado no fue descrito por las corporaciones como atraco ni violación constitucional. Se dejó que en esa nave espacial incendiada se cocine el destino del gestor con el que ya no estaban de acuerdo, pese que en ese período la mayoría de los agentes de negocios ganó muchísimo más que en períodos anteriores.
El gobierno de ese hombre, poncho juru, acercó servicios y derechos básicos que en cien años no tuvo la sociedad: derechos básicos de salud y alimentación. Y esta es la base principal del apoyo que le granjería la mayoría de la gente de nuestro país luego del golpe de Estado.
Hoy ya no aparece como una resolución de una crisis del orden constitucional sino como un atropellador. Pero Lugo es el gallo de la mayoría de la gente ya no porque apareció con su investidura eclesial para salvar una crisis de legitimidad de la oligarquía paraguaya sino por cuestiones re básicas materiales. “En tiempos de Lugo vivíamos mejor”, dice mucha como si el tiempo de Lugo hubiese durado 10, 20 o 30 años.
Lugo ya es un mito, de Lugo ya se no sabe nada y se sabe de todo. Ya está lejos y cerca, ya está en todas partes y en ninguna.
Son elementos de un escenario muy contradictorio para la gente. Hoy, la mediatización del conflicto del orden constitucional genera una alta sensibilidad sobre los atropellos a ese orden ya atropellado, mutilado, deshilachado, torturado, pero que, siempre que los grupos de poder están en litigios y tienen medios para decírtelo, aparece como una gran novedad. Para mucha gente el prístino orden constitucional se rompe recién hoy y el terrorismo de Estado, representante del complejo narcosejero y reexportador, que nos mata a nuestra gente los días, aparece como “un peligroso retroceso del orden democrático”.
No hay orden democrático. No existe. Es bolaterapia. Al complejo narcosojero hay que destruirlo. No se puede pretender resiginificar la palabra democracia con gente que no tiene interés alguno de entender siquiera qué carajo significa.
Por qué es tan importante estar alerta con la re significación de las corporaciones sobre las violaciones del orden democrático. Porque hoy podremos estar de acuerdo, pero mañana, cuando nos juntemos a defender el territorio popular, en los bañados, en los campos, en las villas, ese mismo poder, y sus mismos medios, pedirán y legitimarán balas contra nuestros estropeados cuerpos.
Por Julio Benegas (*)