Iglesia reclama defensa de intereses en binacionales
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Patriotismo para defender los intereses del país en las represas binacionales y sobre todo en la renegociación del Anexo C de Itaipú, para salir de la pobreza, reclamó ayer el obispo de Caacupé, Mons. Ricardo Valenzuela, en una peculiar carta al pueblo paraguayo que leyó luego de la misa y con la que se ganó el corazón de los compatriotas. Pidió además trabajo para jóvenes y el cese de la violencia contra las mujeres. Criticó a partidos políticos que defienden las anquilosadas “listas sábana”. Señala el portal ABC/Cardinal.
CARTA AL PUEBLO PARAGUAYO
Queridos hermanos:
Me dirijo a ustedes movido por la conciencia de mi indeclinable y sagrada responsabilidad de Pastor. Es lógico que esta conciencia se vuelva apremiante en ocasiones, como la presente, ante hechos que afectan muy seriamente la vida de nuestro país y que suscitan honda preocupación y viva inquietud. La Palabra de Dios nos relata que Jesús al “ver una gran multitud tuvo compasión de ellos, porque eran como ovejas sin pastor; y comenzó enseñarles muchas cosas” (Mc 6,34).
Por eso, como servidor de esta Iglesia, siguiendo el mandato de nuestro Maestro Jesús de “predicar el Evangelio” (cf. Mc 3,14-15), les hago llegar estas palabras para compartir con ustedes algunas consideraciones y reflexiones, nacidas de preocupaciones que son y deben sernos comunes. Ante todo, es imprescindible serenar los ánimos y disipar temores porque, según nos enseña San Pablo, la paz es un fruto del Espíritu (cf. Gál 5,22). En la vida cotidiana de la gente, la justicia y la paz se materializan con la respuesta concreta a los compromisos ciudadanos asumidos con el fin de fortalecer el desarrollo y el progreso de nuestra sociedad y de nuestra Patria.
Nuestro país vive un período de hondas preocupaciones, inquietudes y tensiones que afectan a nuestra sociedad en el orden político, económico, social y humano; factores que aconsejan y exigen una palabra nuestra, como pastor de la Iglesia, a los fieles y a las personas de buena voluntad.
Como cristianos estamos llamados a actuar en unidad. En efecto, “¡que todos sean uno!” nos pide nuestro Señor Jesucristo, como un testamento, antes de su partida (Jn 17,21). Esa unidad querida por Dios no consiste en uniformar todas las cosas sino en la capacidad de ser solidarios entre los hermanos y en vivir en comunión de fe y esperanza; en robustecer, como pueblo, nuestros principios e ideales para renovar juntos nuestros compromisos con la Iglesia y con nuestra nación. Porque, debemos recordar, nadie sigue solo a Jesús; nadie camina solo en la Iglesia en razón de que somos comunidad eclesial: “linaje elegido, sacerdocio real, nación santa, pueblo adquirido» (1 Pe 2,9). Y en este sentido, todos tenemos la obligación de hacer una «lectura cristiana de la historia», de los acontecimientos y circunstancias. No podemos limitarnos a «balconear» y ver pasar los hechos, como había dicho el papa Francisco a los jóvenes en la Costanera de Asunción.
Nuestro compromiso cristiano es un «imperativo moral» para examinar con «ojos cristianos» las distintas situaciones, comprenderlas, interpretarlas correctamente desde los valores del Evangelio con el fin de participar activamente en la promoción del bien común y en el cuidado integral de toda la Creación. Tal como lo ha expresado el Papa León XIII, en el transcurso de su historia, la Iglesia nunca ha renunciado a decir “la palabra que le corresponde acerca de las cuestiones de la vida”.
Quiénes defienden nuestros intereses en las empresas hidroeléctricas binacionales?
Para la Iglesia Católica, el campo de los derechos del hombre se ha extendido a los derechos de los pueblos y de las naciones, “pues lo que es verdad para el hombre lo es también para los pueblos”. El derecho internacional, desde esta perspectiva, en que se fundan los tratados de Itaipú y Yacyretá, se basa en el principio de autodeterminación de cada pueblo y de su libre cooperación con miras al bien común superior de la humanidad.
Paraguay no firmó esos tratados con sus vecinos para beneficiar solamente a la otra parte, sino para favorecer a todos los paraguayos, así como la otra parte lo hizo para favorecer a cada uno de los suyos. La idea era aprovechar un aspecto de la hermosa y rica naturaleza de nuestro río compartido para hacer el bien a todos, en ambos países.
Paraguay no firmó esos tratados para que unas cuantas familias de un determinado color político se conviertan en multimillonarias por varias generaciones del futuro, sino para combatir la inmoral pobreza de una gran mayoría del pueblo que sufre toda clase de postergaciones injustas. Paraguay firmó esos tratados para que los gobiernos de turno obtengan recursos fabulosos de la venta de energía a precio justo, no para recibir de lo que sobra de aquel que pretende acapararlo todo, sino para impulsar proyectos de desarrollo capaces de mejorar el nivel de vida de la población. Esos gobiernos tenían y tienen la obligación de velar por los intereses paraguayos, obteniendo los mejores beneficios en las negociaciones y conflictos de intereses. Los gobiernos y gobernantes son servidores; están llamados a ejercer el ministerio de la diaconía social y política a favor del pueblo, como nos ha enseñado Jesús, el rey del universo, que «no ha venido para ser servido sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos» (cf. Mt 20,28).
A lo largo de estos 50 años de la firma del tratado se fueron generando actitudes de indiferencia y de desconfianza por parte del pueblo frente a la futura renegociación probable del Anexo C del tratado que, según los expertos, es una oportunidad brillante de obtener excelentes recursos para impulsar el desarrollo nacional y salir de la pobreza. Es aquí donde necesitamos mayor transparencia, más pericia, mejor control, mayor firmeza y estatura moral de las autoridades para lograr ese objetivo, que ya es un anhelo de todo nuestro pueblo.
Por tanto, si no actuamos con espíritu de honestidad y unidad “por el bien común”, perderemos definitivamente con la futura renegociación del «Anexo C» la oportunidad de sacar a nuestro pueblo al menos de la extrema pobreza. Por ello, para el 2023, solicitamos que los que nos representan actúen con la máxima claridad, habilidad, hondo patriotismo y de cara al pueblo.
Mucho dinero en pocas manos y poco trabajo para la gente
Seguimos siendo un país vergonzosamente desigual. Dicen las estadísticas que disminuyó un poco la cantidad de pobres, medidos a partir del ingreso, pero seguimos con más de un millón ochocientos mil pobres entre nosotros; mientras poquísimas personas acumulan riquezas que ni siquiera están en condiciones de manejar y controlar y menos aún de convertirlas en inversiones para generar fuentes genuinas de trabajo para los miles de desocupados. Los profetas de las Sagradas Escrituras, y los profetas de hoy, no están en contra de la riqueza y de la generación de bienes que procuran una vida digna. No están a favor de la «lucha de clases» sino están en contra de la indolencia, de la indiferencia del que tiene más respecto a su hermano indigente, como el caso de Epulón, «el rico», respecto a Lázaro que vivía como un «marginal», como un «descartable» de la sociedad (cf. Lc 16,19-31). El profeta Amós ataca con mordacidad y lapidaria sentencia la indolencia de quienes poseen fortunas y riquezas sin preocuparse de los demás: «…los que canturrean al son del arpa y se inventan, como David, instrumentos musicales, los que beben vinos en anchas copas y se ungen con los mejores perfumes pero no se afligen por el desastre de José» (Am 6,1-6). Los que tienen la capacidad de amasar inmensas fortunas están llamados a ocuparse del que no tiene nada o puede menos a través de inversiones y creación de puestos de trabajo para que todos puedan vivir con la dignidad de los hijos de Dios.
Hay gran cantidad de jóvenes sin trabajo, chicas y muchachos capacitados profesionalmente o formados idóneamente para cumplir alguna tarea en la producción, la industria o el servicio, pero no consiguen un trabajo digno, razón por la cual se inclinan por emigrar al extranjero o entrar a engrosar la fácil planilla política del Estado, obligados a “vender” su conciencia por una insignificante paga y a hipotecar su prestigio y su talento.
¡Basta de mezquindad con el dinero, basta de acumulación excesiva de bienes improductivos en manos de pocos! ¡Basta de especular con la necesidad y angustia de los pobres para despojarlos de sus escasos bienes y empujarlos de esa forma a vivir cada vez de peor manera! Isaías, el gran profeta del Antiguo Testamento, condena sin reservas la acumulación excesiva de riquezas cuando afirma: «¡Ay de los que juntáis casa con casa, y campo a campo anexionáis, hasta ocupar todo el sitio y quedaros solos en medio del país! Así ha jurado a mis oídos Yahvéh Sebaot: ¡Han de quedar desiertas muchas casas; grandes y hermosas, pero sin moradores!» (Is 5,8-9). La riqueza no es mala. Lo malo radica en su posesión ilegítima y en la actitud de mezquindad frente a las necesidades de los demás.
Es necesario crear más fuentes de trabajo, no para especular con el lucro fácil, sino para que la economía crezca, de modo que ella sea garante de la prosperidad de personas y familias enteras que nunca recibieron los beneficios del trabajo digno. Ciertamente, ya no convence el dicho de que el paraguayo no trabaja por haragán; pero, da pena ver las interminables filas de compatriotas que buscan trabajo en los pocos llamados que se hacen para el efecto. La mayoría de ellos se retiran frustrados de esas convocatorias, pues, solo hay lugar para unos pocos.
Es responsabilidad y tarea de las élites económicas y de los técnicos estatales orientar más y más inversiones a fines productivos en vez de contemplar de manera cómplice el crecimiento de una economía que en un porcentaje cada vez mayor se va nutriendo abusivamente del contrabando, el narcotráfico, la evasión y la corrupción, males estos que tienen asegurados su continuidad mediante la impunidad reinante. Ya lo dijo un delincuente recientemente extraditado: el Paraguay es el paraíso de la impunidad. Allí todo se compra.
Hay rubros inexplotados, hay demandas insatisfechas y mucha capacidad ociosa, pero así como algunos tienen la responsabilidad de orientar las inversiones hacia cuestiones creativas e innovadoras, existe también la responsabilidad dirigencial de los trabajadores de mantenerse firmes en la exigencia del salario justo y digno porque, como dice el apóstol Pablo, «el obrero tiene derecho a su salario» (1 Tim 5,18). Recordemos que para la Iglesia la Justa Remuneración es la esencia de la ética social, además del derecho a descanso, al seguro y a la pensión de vejez.
El problema sin solución de la tierra
Poseer la tierra, tener una casa, un lugar donde morar y vivir dignamente es sueño y meta de todos. Israel sale de la esclavitud de Egipto con la ayuda de Yahvéh-Dios y todo el libro del Éxodo, y los restantes libros del Pentateuco, relatan que el pueblo de Dios tenía fija la mirada en la Tierra Prometida que «mana leche y miel» (Dt 26,8-9).
En nuestro país, hubo un tiempo en que la tierra era tan abundante que era imposible ocuparla totalmente y menos aún explotarla productivamente. Las familias campesinas se asentaban en ella de acuerdo a sus necesidades y capacidad de trabajo. Había un fácil acceso, un derecho natural. Luego fue necesario ordenar y documentar esos asentamientos, lo que dio lugar a la creación de instituciones como el IRA, IBR y ahora el INDERT. Hoy, sobre esta institución se proyectan sombras de corrupción y estafa; además de las especulaciones políticas en torno a la expropiación; además, se suma la codicia de empresas que expulsando a los ocupantes indígenas y campesinos para poseer todo, y terminar convirtiendo a la tierra en una mercancía valiosa, motivo y causa de conflictos, represión, y a veces con consecuencias muy dolorosas.
Hemos visto, a través del tiempo, el crecimiento extraordinario de verdaderos emporios económicos mediante la combinación excluyente de tecnología cara, tierra generosa y autoridades complacientes con la degradación ambiental. Esto conlleva la actividad mecanizada en el campo de empresas agroindustriales caracterizadas por la mezquindad para tributar de quienes obtienen grandes ganancias frente a la vacilación de aquellos que están facultados a procurar efectivamente una mayor equidad. Talan miles de hectáreas, secan ríos y esteros, queman campos y arrojan basura en cualquier parte, sin consecuencia alguna para los autores. Esto debe detenerse, el planeta tiene también fecha de vencimiento, no creamos que puede soportarlo todo (cf. Francisco, Laudato Si)
En tanto, todavía vemos con dolor que en nuestras hermosas campiñas hay familias que aún viven como en la era Medieval, que dependen de grandes señores, como si fueran sus amos. Cristo y sus enseñanzas cambian radicalmente el sistema de relaciones porque al revelarnos que todos tenemos un mismo Padre nos hace hermanos entre todos. Por eso, Pablo pide a su «amigo y colaborador» Filemón que trate a su esclavo Onésimo «como algo mejor que un esclavo, como un hermano querido» (Flm 16). Para el creyente, cualquiera sea el rol que desempeña el hombre o la mujer siempre es un «hermano», una «hermana» que deben ser tratados con respeto y dignidad; aunque su tarea sea considerada humilde.
Por otra parte, los funcionarios que deberían trabajar con empeño y honradez, siguiendo directivas precisas de la Constitución, terminan sus carreras, lamentablemente, en la cárcel por hechos de corrupción en la administración de las tierras públicas o renuncian en medio de escándalos. La honradez, la honestidad, el servicio, la veracidad, la justicia, entre otros (cf. Mt 5,1–7,29), son valores que emergen del evangelio y que están en la base de la edificación del Reino de Dios y en la construcción de una sociedad civil armónica, justa y solidaria.
Señores responsables de la conducción política y de la conducción económica del país, no pierdan de vista las lecciones de la historia en materia de hastío social y no dejen de ver la triste realidad de países que aparentan vivir en el paraíso y que repentinamente se ven envueltos en estallidos sociales con lamentables saldos de valiosas vidas; todo por no tener la visión y la sensibilidad necesarias con las demandas del pueblo. Esperemos que nada parecido suceda aquí, porque si llegare a suceder, no podrán sacarse de encima la responsabilidad moral y política que ello conlleva.
La administración de justicia y la paz social
Ninguna persona debería necesitar de favores políticos o económicos si la administración de justicia funcionara como debe en nuestro país. Ella debería ser amparo y reparo de todos por igual, sin tener en cuenta posición social, poder ni influencia alguna. La justicia es la que nos iguala con sentencias basadas en leyes justas y se constituye en garante de la paz y de la convivencia armónica entre nosotros. Para ello necesitamos separar definitivamente la justicia de los interés políticos mezquinos y que la administración de los conflictos de intereses esté a cargo de jueces probos y de fiscales valientes y honestos.
Desde antaño, las páginas de la Biblia son testigos de la desaprobación de los jueces inicuos e injustos: «Ay de los que convierten en ajenjo el derecho y tiran por tierra la justicia, detestan al censor en la Puerta y aborrecen al que habla con sinceridad… opresores del justo, que aceptáis soborno y atropelláis a los pobres en la Puerta» (Am 5,7-12). Cristo es el Juez de jueces que juzgará a todos mediante su Palabra poderosa (Jn 5,22.24.27.30). Es el modelo para todo juez (Jn 5,30).
Sin justicia imparcial no pretendamos lograr la paz. Ni más armas, ni más uniformados, ni más restricciones, represiones o grupos especiales podrá detener la violencia si la vida no se rige por el conducto de la justicia con leyes justas en manos de gente honesta. En ese sentido, alentamos a las autoridades y al pueblo a conducirse con un alto sentido ético para recuperar las buenas costumbres que han hecho de nuestro país un pueblo noble y generoso, a pesar de las injustas agresiones recibidas a través de su historia.
Violencia contra la mujer, niños y ancianos
Sabemos que el hombre y la mujer tienen la misma dignidad y son de igual valor, “no solo porque ambos en su diversidad son imagen de Dios, sino, más profundamente aún, porque el dinamismo de reciprocidad que anima el nosotros de la pareja humana es imagen de Dios” (Catecismo de la Iglesia Católica, 371).
Sin embargo, asistimos día a día a episodios que atormentan nuestra conciencia cristiana; episodios de violencia extrema contra la mujer y contra niños indefensos, además de atropellos a la dignidad de estas personas en los ámbitos de la justicia, la salud y la educación, donde generalmente se trata con desaire y desinterés a quienes carecen de recomendaciones u otro tipo de tráfico de influencias para que puedan recibir atenciones conforme con sus legítimos derechos. La gente pobre y humilde debe ser mejor atendida porque Dios es su riqueza y su garante. Dios pone especial atención a las «viudas, al huérfano y al forastero» (Ex 22,22; Dt 10,18; Is 10,2; Zac 7,10). De hecho, la «religión pura y sin mácula delante de nuestro Dios y Padre es esta: visitar a los huérfanos y a las viudas en sus aflicciones y guardarse sin mancha del mundo» (Sant 1,27).
Es tiempo de encarar con mayor seriedad programas de defensa de las personas vulnerables, mujeres, niños y ancianos para una mejor atención a sus necesidades esenciales. Como Iglesia tenemos la obligación de resguardar efectivamente sus derechos y de protegerlos solidariamente si fuere necesario hacerlo, ya que el Estado parece indiferente frente a sus dolores y abandono. Ninguna persona que se precie de ser católica y venera a la Virgen de Caacupé debe infravalorar y menoscabar el mérito, la valía y el potencial humano de la mujer como hija, hermana, esposa y madre. Jesús de Nazaret, contra la corriente de su época, tuvo a su Madre María como primera discípula y misionera; estuvo cerca de la mujer pecadora para perdonarla y reivindicarla (Jn 8,1-11) y se hizo acompañar, en su ministerio, de varias mujeres como María Magdalena, Juana, mujer de Cusa, Susana y otras muchas que servían a la causa de la proclamación del evangelios (cf. Lc 8,1-3).
La necesidad de reconstrucción moral
Nos encontramos en una verdadera emergencia nacional que sólo puede ser superada con medidas a corto, mediano y largo plazo. Estas soluciones de carácter perentorio recaen principalmente en el orden político. En este sentido, los partidos políticos tienen la gran responsabilidad para ofrecer las respuestas adecuadas a ese campo.
Sobre todo, se necesita reparar, lo antes posibles, el quiebre del liderazgo y la persistente inestabilidad, unidos a la incapacidad de los partidos políticos de transformarse, internamente, en forma radical y profunda a su incapacidad de servir dignamente al país. Superar la atomización de los partidos para abrirse a una colaboración generosa en bien de la patria.
El uso y abuso de la política y del poder crean un caos socio-político, con su repercusión inevitable en la corrupción, que el país ya no puede soportar. «Prometen libertad, cuando ellos mismos son esclavos de la corrupción, pues cada uno es esclavo de aquello que lo domina» (2Pe 2,19). Ese fenómeno está en la base y es el agravante mayor de los problemas económicos y sociales que esperan una urgente solución.
Por otra parte, vemos que el Estado destina cada vez más recursos a los partidos, sin compromiso de contrapartida de rendir cuentas, mientras organizan verdaderas barreras para impedir que se estructuren nuevas formas de terminar con las anquilosadas y perjudiciales «listas sábana» que esconden detrás de su «manto» a referentes carentes de ética y de trayectoria honesta. A todas estas cuestiones, se suma el peligroso oficio de jugar con fuego autorizando, alegremente, en el presupuesto de la Nación para que se gaste más de lo que se recauda, lo cual puede desembocar en una gran inestabilidad política e institucional a corto plazo. El mayor perjudicado –como siempre– será el pueblo.
Por tanto, es una necesidad imperiosa la formación integral de líderes políticos honestos, idóneos, en el desempeño de sus funciones, y eficaces en la gestión del bien común para que de veras sean los primeros responsables para generar la mentalidad de una auténtica política capaz de transformar la sociedad. El liderazgo de Jesús, que se preocupa y resguarda a los suyos, que vino para servir, que cura y alimenta a la gente, que da la vida por los demás y que ofrece la salvación definitiva, es un modelo a imitar por nuestros líderes; y es guía para la formación y educación de nuestros jóvenes valientes que se proyectan en la conformación de liderazgos que pongan en movimiento un poder de servicio y no un poder de dominio.
La Iglesia –jerarquía y laicos–, con sus luces y con sus sombras, en medio de «las persecuciones del mundo y los consuelos de Dios», está llamada también a colaborar con la recomposición de la sociedad, con su reconstrucción moral mediante la evangelización, el anuncio de la Palabra de Dios, la formación de la conciencia y de comunidades que celebran los sacramentos, promoviendo la promoción integral de hombres y mujeres; y superando sus contradicciones y antitestimonios.
En esta hora tan importante para el futuro de nuestro país, exhortamos a todos los cristianos a asumir con firmeza y confianza el compromiso de anunciar con la palabra y testimoniar con la vida, la presencia entre los hombres, de Cristo, el Señor de la historia. «En ese anuncio y ese testimonio, los fieles laicos tienen un puesto original e irremplazable, pues por ellos la Iglesia de Cristo está presente en los más variados sectores del mundo, como signo y fuente de esperanza y de amor» (Christifidelis Laici, 7).
Exhortamos también a todos los dirigentes de nuestro país, a tomar como guía y modelo a los hijos de esta tierra, la Beata Chiquitunga y a San Roque González de Santa Cruz, quien dio su vida por Cristo y por la Iglesia y supo vivir por y para sus hermanos, especialmente los más pobres y necesitados, procurando una vida digna para ellos, viviendo el respeto y la justicia, el trabajo y la solidaridad.
Que María, nuestra madre y guía y factor de unidad de nuestro pueblo paraguayo bajo su advocación de Nuestra Señora de los Milagros de Caacupé, desde aquí, su Basílica Santuario, lugar de encuentro y coincidencia de los paraguayos en las horas felices como en las horas tristes, nos acompañe y nos dé el discernimiento necesario y la fortaleza para asumir nuestra propia e intransferible responsabilidad, en este compromiso común de construir ya, un nuevo Paraguay en la verdad, la justicia, el amor y la paz.
Con afecto de Padre, hermano y amigo, los bendigo a todos. Amén.
Crédito: ABC/Cardinal