LA SERENATA REBELDE DE KATTYA A LA CORTE
La noche cae en la Plaza frente al Congreso, vacía, solitaria, unos pocos habitantes de la selva de cemento están en vela, de vigilia, de ayuno por la nueva justicia para todos/as. Mientras la ciudad duerme, compartimos unos sorbos de mate amargo en una ronda de unos “locos idealistas que darían la vida porque la justicia sea un derecho de todos/as”. De espaldas está el Congreso, como un símbolo de qué lado está en la lucha del pueblo. Kattya, saca la guitarra y hace una serenata rebelde a la madrugada, ni la corte podría dar un corte a su fuerza juvenil, imparable e indomable, su voz suena fuerte, retumba conciencias dormidas, es capaz de despertar un gigante, la ciudadanía.
De que “El ideal es la más bella locura del ser humano”, no cabe dudas, cuando uno escucha melodías cantadas al son de la guitarra de Kattya le transporta a soñar que otro Paraguay es Posible, que otra justicia es posible. Juan Pueblo, un personaje que se sumó a luchar por la nueva justicia compartía la “misma utopía en su cárcel de la inseguridad, la corrupción, la impunidad,” al cual le condenaba una Corte de la Injusticia.
Colibri, un artesano de Areguá, se sumó como un “ciudadano indignado contra la injusticia de la Corte”, no tuvo que representar ningún papel de Juan Pueblo, porque en realidad él es JUAN PUEBLO, no tenía muchas cosas materiales que dar, pero dio “su corazón a esta lucha”, humilde, soñador y profundo, nos dio una lección a todos/as. “En Paraguay los honestos están encarcelados, viven enjaulados por la inseguridad, mientras los corruptos y los mafiosos manejan la justicia”.
Mientras el canto de Kattya seguía sonando a voz en cuello en aquella plaza vacía de habitantes, pero llena de ideales y alegría, me puse a pensar que diferente sería un Paraguay donde “la justicia esté del lado de la ciudadanía, donde los jueces no sean mercaderes de resoluciones, sino verdaderos Karai y kuñacarai que imparten justicia, que da a cada cual lo suyo, y no solo miren la billetera de quien le pida sus derechos.
Nuestros Jueces aprendieron de memoria la Ley, sus artículos, sus incisos, sus códigos, pero no aprendieron lo más importante a impartir justicia y respetar la Ley. Nuestros jueces cuelgan sus grandes títulos por la pared de sus mansiones pero no comprendieron su misión. Hay tantas escuelas de Leyes, pero todas carentes de educación, generaciones enteras de letrados con títulos fabrican, pero muy pocos fueron los que aprendieron la más importante lección de servir y no servirse de la gente.