El fraude de la democracia
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Por Enrique Duarte
Los sistemas democráticos son la panacea de los tiempos actuales, una especie de milagro, que cura todos los males y soluciona todos los problemas que existen en cualquier lugar del universo.
Pero, ¿qué es la democracia?. En una de sus definiciones más básicas, se entiende por el sistema político que defiende la soberanía del pueblo y el derecho de este a elegir y controlar a sus gobernantes. Ante este concepto, simple y claro, nos encontramos en una realidad que, una vez más, se basa en deseos y emociones antes que una aceptación objetiva de lo que vemos y existe. Es decir, creamos una especie de mundo platónico, que está más allá de nuestra realidad y del que solo tenemos una especie de percepción limitada y limitante, que nubla nuestro juicio y hace que todo se vuelva más complejo.
Se dice que lo simple es un deleite del ser humano, es decir, que hace a una comprensión más sencilla, fácil y que se puede internalizar con mucha más facilidad que largas y complejas explicaciones.
Ante ello, la realidad marca que el mundo occidental se ha apropiado de la democracia, dando las correspondientes definiciones, sus características y los exámenes correspondientes de quienes pretenden ejercerla en sus respectivos territorios. Tal es así, que hoy todos tenemos que rendir examen a fin de que nos concedan las “credenciales democráticas”, es decir el permiso o autorización a fin de poder desenvolvernos en el mundo y formar parte del “concierto de naciones”.
Dicho esto, el pequeño grupo de países que conforman el “occidente colectivo” establecen la existencia de un mundo de reglas, que nadie sabe muy bien en qué se basan, qué dictan tales reglas y cómo se pueden aplicar, dictando sanciones que son totalmente ilegales a la luz del derecho internacional y una afrenta a un mínimo de sentido común. Es decir, el quince (15) por ciento del planeta dicta las reglas de conducta al restante, que conforma el ochenta y cinco (85) por ciento restante.
Al no encontrar una claridad en el “mundo basado en reglas”, que finalmente son las que establecen que un país es democrático o no, se entremezclan mil y una definiciones, que son cambiadas, trastocadas, eliminadas, ampliadas, restringidas, anuladas y un larguísimo etcétera que solamente inducen a la confusión. Si este sistema tiene como objetivo principal confundir a la mayor parte del planeta, pues es una estrategia brillante, pero si tiene, al contrario, el objetivo de clarificar conceptos, es un galimatías de proporciones indescriptibles.
Lo más absurdo de todo lo expresado con anterioridad, es que la mayoría de estos países, que conforman el “occidente colectivo” tienen sistemas monárquicos, son países subordinados a un monarca, el sistema electoral es la llamada democracia indirecta, en la que los electores no eligen directamente a sus representantes, sino que a un colegio electoral, que finalmente toma la decisión por todos los votantes.
Como muestra solamente dos casos, que son, por demás, emblemáticos. En primer lugar Estados Unidos de Norteamérica (la mal llamada América), en la que las elecciones se realizan un día de semana, generalmente martes, sin que sea feriado ni asueto, sin que exista la posibilidad de solicitar permisos laborales a fin de ejercer el derecho al voto.
Igualmente, nos encontramos con un absurdo en el que en algunos casos el presidente electo recibe hasta seis (6) millones de votos menos que el “ganador”. Los habitantes del país de la libertad y la democracia no eligen directamente a sus líderes, sino que lo hace un colegio electoral, que resulta de los resultados obtenidos en cada estado de dicho país. Democracia pura y dura.
Otro ejemplo, que nos toca de cerca, es el Reino de España (el nombre ya nos da una pista de lo que representa), regido por un monarca, que no fue electo por nadie, sino que tiene derechos de nacimiento y de sangre, un parlamento que de democrático tiene de habitable el Sol, y un sistema electoral que solo permite la participación de un grupo de habitantes que se presentan a ejercer sus derechos de manera automática, como si se tratara de la necesidad de satisfacer una necesidad fisiológica, que se realiza de manera automática.
Ni qué decir de países como Australia o Japón, que también forman parte del jardín democrático (aunque un poco más extenso), descripto por el casi nazi fascista de Josep Borrell.
De este modo, me permito afirmar que la democracia, practicada por los países occidentales, es un enorme fraude, un discurso vacío, un cascarón vacío, que solamente convoca a los ciudadanos a realizar el culto a las elecciones a fin de dar legitimidad a sus respectivos verdugos, imponiendo dicha visión al resto del mundo, con el agravante de inventar “reglas” a fin de acomodar la situación coyuntural a sus respectivos intereses, que generalmente vienen de la mano de la explotación y correspondiente expolio de recursos naturales, necesarios para sostener el bienestar de los habitantes de dichas democracias.
Ese culto al vacío y la nada se hará efectivo el día domingo 30 de abril del año 2.023 en nuestro país, un misterio para gran parte del planeta, en el que saldremos a votar por varias opciones, que nos conducen a transitar el mismo camino que andamos desde 1.870, con la imposición de gobiernos sometidos y vende patrias, que solo se preocupan del bienestar de sus allegados y grupos de interés. Pero, para los que toman exámenes de democracia, nuestro sistema pasa la prueba, con una calificación alta, cambiando de personas para que el sistema siga tan igual que siempre.
Llama la atención la falta de memoria de nuestros conciudadanos, pues si uno pone un poco de atención a los discursos de los últimos veinte (20) o treinta (30) años, no existen diferencias, salvo el de rostros, voces y la calidad de grabación magnetofónica o de imágenes.
Es por todo ello que, una vez más, vamos a ser protagonistas principales del fraude de la democracia, una actuación que nos llama a realizar actos cuasi autónomos, concluyendo con el dedo manchado de tinta, y años de lo mismo que venimos padeciendo desde hace más de un (1) siglo.
Foto: Gentileza Decidamos